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60 | Especiales hechos faltan de mi vida por contar: los detalles de otro andar, de otra historia que me avino, si memoria tengo y tino, escuchadme preparar.
Yo, Martín, no al ñudo, Fierro, que hora vengo de la Pampa donde el fiero mundo acampa, donde tuve la bolada de la güelta afortunada, donde de una negra trampa
hice otrora la ancha pata, para darles la cuestión y pasarles mi impresión, con vigüela y dulce canto, por placer, en entretanto, concededme su atención.
Era yo de un bajo en plano con el hilo en una pata (porque el sol me daba lata) cuando vi, rayando el flete, que un paisano sin copete iba en lenta cabalgata.
Me acerqué para enterarme de su paso; dende dijo: “Soy Miguel, que a rumbo fijo no me lanzo”. “Yo tampoco”, contesté, “que siempre troco de camino”. “Me dirijo”,
agregó, “sin dónde dado”. Decidimos que compaña nunca a nadie en nada daña; dende luego, retomamos nuestra marcha por los tramos esperando hallar hazaña.
Anduvimos entripaos tres y cuatro y cinco días. Ya rete hartos de las vías todas planas, advertimos un castillo de racimos ignorado por los guías.
A la puerta aparejamos y al botón le dimos hilo. “Hora me entro de refilo”, me soltó Miguel pasando. Luego dijo regresando: “Todo ronda muy tranquilo”.
Recorrimos lentamente cada cuarto y toda pieza. Dende al patio, con presteza, nos salimos, porque ruido nos llegó: “Me ha parecido”, le canté, “que aquí hay riqueza
para el hambre que nos cala”. Nuestras tripas amarradas se quejaban de fregadas (nada habíamos yantado): era entonces buen agrado ver las bestias arrimadas. |
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120 | Acabado ya el festín, en las sillas, reclinaos, bien estando acomodaos, feos chambos escuchamos y a la par nos percatamos de una sombra de diablaos.
Fuerte grito dio la negra: “De tomar me dad y guise”. Yo mostrar la hilacha quise: “Si a comer, a trabajar”. No Miguel se dio a ayudar, bajo el suelo sino fueise.
Pero pata la ancha yo hice: en la sombra filo hundí, más de tres, ninguna herí, y, no más de refilón, todo un brazo sin función me dejó. Volvime así,
con el diestro brazo inmóvil, y al arisco (tal Miguel) “¡Ayudame”, dije, “infiel!”. Nada fizo. Ya de noche, hubo nuevamente entroche y otro brazo me hizo riel.
Tres, Miguel, al día, dijo:
“¡Epa, nijo! ¡No eches panes y esperá hasta que sanes!” Menudié y aquella luna, de otro pleito, sólo en una pierna vime. “No te afanes,
que has quedado atravesao”, me sonó su voz chancleta. Cuarta noche, cuarta reta: di pelea manco y rengo dando todo mi abolengo, mas dejome en carne quieta.
Fierro viome en nombre y cuerpo Miguel: a las de gaviotas apeló; puso las botas en caballo hecho jabón: traer ayuda, su misión. Dende un pueblo halló de a motas
de onde a un cura se lo trajo. En llegándose al castillo se llevaron un sustillo cuando vieron la amenaza, mas el cura buena traza diole al punto sin cuchillo:
con bendita sólo el agua ultimó a la sombra mala, dando a esa alma negra un ala. Dende luego el movimiento me volvió y gritele al viento: “¡Qué ventura! ¡Qué gran gala!”
Hora aquí mi historia acaba; por su extraño y raro modo no la pongan en el lodo, pues contarla, díjome uno, “NO ES PARA MAL DE NINGUNO SINO PARA BIEN DE TODOS”. |