miércoles, 25 de junio de 2014

Diálogo ciego entre pensamientos: Arturo A. Roig y Henri Meschonnic

Las palabras que usamos para explicar el mundo nunca son inocentes. De ahí que sea posible dibujar estelas de pensamientos a partir del uso y recurrencia de ciertos términos en diferentes autores. Éste es un ejercicio que puede ser tramposo si se confunde con un simple juego de sinonimia. De lo que se trata, más bien, es de propiciar diálogos de pensamiento mediante coincidencias literarias, aprovechando lo que los autores han dejado escrito para intentar desafiar a las leyes del tiempo y el espacio y ponerlos a charlar.

Aquí están, pues, algunas palabras delatadoras de un par de pensadores cuyo vigor, a pocos años de sus muertes, es inagotable. Valga aclarar, antes de darles paso, que no se trata de descontextualizar sus palabras, sino de aprovechar la fragmentación como método creativo de lectura.

Henri Meschonnic (1932-2009)

Arturo Andrés Roig (1922-2012)
Una de mis coincidencias favoritas es la que hay entre el título que enmarca una entrevista a Roig, “La radical historicidad de todo discurso” (1985), y la última línea de un párrafo de Meschonnic: “El pensamiento en el sentido en que es el poema el que hace al poeta, no el poeta el que hace un poema. En el sentido en que es la obra la que hace la lengua, y no la lengua la que hace la obra; y, una vez más, la Biblia la que hace el hebreo, no el hebreo el que hace la Biblia. Lo que cambia el pensamiento mismo de la lengua, no más genio, naturaleza, sino historia. Radicalmente historia” (2004, p. 51).

También es sobresaliente que Roig llame a uno de sus libros El pensamiento latinoamericano y su aventura (1994), mientras que Meschonnic propone: “Leer poéticamente el pensamiento. Cuando es un poema del pensamiento. Una aventura del pensamiento” (2004, p. 53).

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Las palabras son los moldes del azar.

lunes, 9 de junio de 2014

«Una atmósfera humana inundando las cosas...»

Una de las aportaciones conceptuales más importantes del filósofo e historiador de las ideas Arturo Andrés Roig es la categoría modos de objetivación, la cual enmarca el giro lingüístico (o hablístico) de su reflexión filosófica, al mismo tiempo que ubica la lengua en relación con todas las demás expresiones culturales.

Pero conviene ir por partes. Primero, hay que aclarar el uso de las nociones objetividad y sujetividad, entre las cuales establece Roig una relación dialéctica, ya que son diferentes momentos de un mismo proceso. La objetividad es la realidad pasada por la experiencia de un un sujeto que también es parte de esa realidad y el cual, a su vez, está construyendo su sujetividad a través de esa misma experiencia de reconocimiento y de valoración de sí mismo desde la base común de la objetividad. Como se puede ver, la dialecticidad de los términos regula su relativización. Así pues, Roig no desconoce la existencia de la realidad como facto, pero reconoce la mediación que determina la experiencia humana en el mundo.

Nuestro filósofo ilustra su postulado al decir que “[la objetividad] […] es aquella parcela de lo real —infinito e inabarcable— que logramos meter dentro del círculo de luz de nuestra mirada, más allá del cual están las sombras” (Caminos de la filosofía latinoamericana, 2001, p. 163). Sin embargo, creo que la imagen corporal de la mano puede aportar más elementos para comprender la relación entre la objetividad y la sujetividad, ya que la mano, al igual que el ojo, percibe el mundo, pero, a diferencia de dicho órgano visual, también tiene la capacidad de transformarlo, es decir, se vuelve sujeto de la realidad al mismo tiempo que objeto de la misma: “La mano se hace haciendo y lo que hace la mano hace a la mano” (Josu Landa, “Mano y mundo”, 2011).

De esta manera, nos vamos acercando a la definición de la categoría modos de objetivación, la cual se referiría, siguiendo la imagen de la mano, a las maneras en que un sujeto se hace haciendo y las cuales incluyen desde las actividades más básicas (un golpe, una caricia, arrancar una manzana de la rama...), hasta las más sofisticadas (escribir, pintar, tocar el piano, hacer una cirugía...). Estas actividades se organizan y valoran de diferentes maneras a lo largo de la historia y de las culturas, pero todas se pueden englobar como modos de objetivación; de ahí la riqueza de esta categoría.


Algunas líneas poéticas de Pablo Neruda puede ilustrar los modos de objetivación como las huellas “impuras” de lo humano sobre las cosas del mundo: “Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menuda trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo. La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas desde lo interno y lo externo” (“Sobre una poesía sin pureza”, 1935).


Para terminar, sólo resta decir que el trabajo es uno de los modos de objetivación que más importancia ha tenido en la historia del hombre. De hecho, hay que recordar que la categoría modos de objetivación es análoga a la de Marx de modos de producción; el salto de una a otra está dado por la consideración de que el trabajo enajenante no es la única forma en que los humanos nos podemos realizar en el mundo.

sábado, 7 de junio de 2014

Nuestra América en nuestra Europa

Durante mi primer viaje a Europa, que fue de hecho mi primer viaje fuera de México, en mayo pasado, encontré las casas de tres de los más grandes personajes del siglo XIX latinoamericano. Dos de esos encuentros los busqué intencionadamente; otro, fue casual. Sucedió de la siguiente manera: mi amiga y yo habíamos ido a Zaragoza, España, por sólo un día, con el único propósito de peregrinar a la calle Héroes del Silencio; este acto de fe lo logramos sin más contratiempo que el de encontrarnos inesperadamente, en la calle Manifestación #13, con la casa en la que vivió José Martí, cuando era un joven de apenas 20 años y estudiaba Derecho y Filosofía en la universidad de la mencionada ciudad.

La calle Héroes del Silencio fue bautizada con ese nombre en el año 2010.


El joven poeta compuso algunos versos a Aragón. 

Ahora bien, de las otras dos casas que quedaban por descubrir, una era más bien una incertidumbre. Se trata de la casa en la que debió haber vivido Simón Rodríguez, según lo reportan datos editoriales de una obra suya, en los primeros años del siglo XIX, y la cual se ubicaría en el número 165 de la calle St. Honoré, en el centro de París. Esta dirección se encuentra, de hecho, a espaldas del famoso museo Louvre. Sin embargo, no hay placa ni pista alguna que de cuenta del paso de nuestro extraordinario filósofo por ahí.

Este edificio puede haber sido la casa en la que habitó Simón Rodríguez en París. Actualmente, parece albergar oficinas y está flanqueado por un supermercado y un restaurante.

Dejando abierto el misterio de la casa de Simón Rodríguez en París, llegamos a Londres, donde sabíamos, ahora sí con certeza, que se encontraba una placa conmemorativa en la que alguna vez fue la casa de Andrés Bello y en la que, según cuentan algunos testimonios, el famoso gramático recibió la visita de Rodríguez. Así pues, en Londres, fue fácil dar con el número 58 de Grafton Way, lugar que albergó en 1810 a Andrés Bello y, algunos años antes, a Francisco de Miranda.

Actualmente, este lugar es el Consulado de Venezuela.
Ésa fue la última parada de nuestro recorrido latinoamericanista por algunas ciudades de Europa, con lo que queda demostrado que la peregrinación no es únicamente un acto de fe religiosa, así como que las relaciones del “viejo” con el “nuevo” continente se podrían explorar aún de muchas maneras.

De una musa inglesa

La tristeza es frágil y se rompe
al pasar de mano en mano.
Antes de pasar a las de otros,
se rompe en las mías.
Es mía o de nadie:
«In my hands, they crumbled».

El río Támesis