domingo, 20 de octubre de 2013

Movimiento delator

Roland Barthes —en uno de los provocadores ensayos que conforman El placer del texto— decía que el mejor texto es el que nos hace levantar la cabeza, dejar de mirar la página que leemos y mirar alrededor, como  buscando el origen de una llamada que no sabemos de dónde ha venido, pero que hemos escuchado a través de aquello que estamos leyendo. Mediante la hermosa imagen de un ave que escucha sutiles sonidos —imperceptibles para nosotros— que le hacen girar rápida, pero delicadamente, la cabeza, el teórico francés nos hace entender que el texto es una llamada indirecta del mundo hacia nosotros. Hay lecturas que nos provocan ciertos movimientos, ciertos entusiasmos y ciertas pasiones que no debemos —ni podemos— dejar de lado si queremos ser rigurosos en nuestros acercamientos académicos. El rigor radica en ser sinceros con aquello que nos provoca la lectura y en confiar en las respuestas del cuerpo como criterio de acercamiento literario. Después de todo, ese criterio no es pura subjetividad: en esa llamada hay algo del mundo haciéndose presente y objetivo mediante la escritura.


Barthes no es el único que se ha servido del cuerpo como principio de valoración literaria: en América Latina, específicamente en nuestro México de principios de siglo XX, José Vasconcelos —durante un periodo de rica producción intelectual llevada a cabo durante su exilio en Perú tras el triunfo del gobierno carrancista en México— escribió en 1919 un ensayo que sigue siendo frecuentemente evocado hasta nuestros días y que desde su mismo título ofrece una idea bien clara de la postura vitalista que Vasconcelos mantenía respecto a los libros. Se trata del ensayo “Libros que leo sentado y libros que leo de pie”, el cual comienza: “Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo en uso una clasificación que responde a las emociones que me causan al leerlos. Los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie”. A diferencia de Barthes, no es solamente el movimiento de la cabeza el indicador de que algo está aconteciendo en la lectura, sino que es todo el cuerpo, en alguna de sus dos posiciones básicas, el que es provocado por la lectura a moverse. Los libros que se leen de pie, explica Vasconcelos, son los que parecen atraer de la tierra una fuerza que empuja los talones de los lectores. Es decir, la lectura adquiere su fuerza en unas raíces profundas que la preceden.

Siguiendo esta imagen del momento de la lectura dibujada por Vasconcelos, pero también retomando algo de la de Barthes, es como se puede explicar mi propia experiencia en la lectura del primero. Al leer a Vasconcelos hay algo de raíz y algo de ala; hay algo de pasado provocador y de presente convocador en su escritura. Más allá de los prejuicios y juicios que se puedan hacer respecto al contenido de su obra, las respuestas a las que mueve son un síntoma nada despreciable: el lector no se mantiene inerte al leer a Vasconcelos. La forma de esa recepción es en sí contenido. En este sentido es que el cuerpo —con todas sus percepciones y sensaciones— se vuelve criterio reflexivo en nuestras lecturas.