[…] Gabriela Mistral. Su apariencia era la de una dama seca, austera, muy alejada de la poesía sensual. Ella enseñaba en las escuelas populares, y esta pequeña institutriz llegó a transformarse para nosotros en un símbolo de paz. Nos enseñó la exigencia moral respecto del dolor del mundo. Gabriela Mistral era para los chilenos una especie de gurú, muy mística, una figura de madre universal. Ella hablaba de Dios pero daba fe de un rigor tal… Escucha estos fragmentos de su «Oración de la Maestra» (la maestra en cuestión era, naturalmente, la institutriz):
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra, que Tú llevaste por la Tierra… Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren… Hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida… Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana… Aligérame la mano en el castigo y suavízamela más en la caricia.*
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