miércoles, 1 de junio de 2011

Una crónica a la Martí, por favor

El silencio. –– México en 1968. –– Peces en el mar. –– Manifestación por la paz en 2011. ––Violencia y justicia.

El silencio es la distancia más corta entre dos voces, pero en esa pequeña inmensidad cabe todo. El 13 de septiembre de 1968 en la ciudad de México, 250 mil personas escogieron el silencio como voz. Una voz colectiva en la que cada voz individual se disolvió como una gota de agua en el mar. Un mar de silencio que quería ahogar las infamias arrojadas contra una despierta juventud. La juventud de 1968 hizo historia en el mundo. Un mundo que se cimentó en sus contradicciones: nacionalismo y apertura global; imperialismo y revolución; progreso económico y estancamiento político; represión y organización. Concretamente: cultura mexicana y contracultura cosmopolita; guerra de Vietnam y revolución de Cuba; surgimiento de la clase media y cuarenta años de instituicionalización; asesinato de líderes revolucionarios y movimientos estudiantiles. 
 
La aglomeración de acontecimientos históricos se hace visible desde cierta distancia, ¿o es que los peces saben que existe el mar? Solamente cuando se les saca del agua pueden vislumbrar su espacio vital. Ese salir es, en el ser humano, su conciencia histórica. Sin duda el salto es letal para los peces, pero ¿hay peligro para los hombres? Claro. Porque la conciencia lleva inevitablemente a la acción y ésta a la represión. 
 
En 1968 los acontecimientos mundiales fueron aprehendidos y comprendidos por estudiantes de ciudades en todo el mundo. Los estudiantes eran un grupo particular. Desarraigados sociales en tanto que ser estudiante eliminaba las condiciones de clase y los colocaba en un nivel más o menos homogéneo: seres que quieren conocer. De manera que ellos pudieron ver en un acontecimiento como la guerra de Vietnam la necedad de un sistema imperialista decadente representado por Estados Unidos. Se dieron cuenta de las resonancias globales de lo que ocurría y, sin embargo, cada acontecimiento tenía una lectura diferente en cada país. ¿Cómo conciliar en México la muerte del Che Guevara, la de Martin Luther King, los hippies, el rock and roll, a Marcuse, el Mayo Francés y la no violencia con los intelectuales, la prensa, el Partido Comunista Mexicano, la universidad, los sindicatos…? Solamente conciliando verdaderamente, como lo hicieron los estudiantes, la imaginación individual con el poder colectivo. La organización de los estudiantes fue cuerpo a cuerpo, porque así es más fácil que los ojos del otro devengan en espejos. Las propuestas se leían en papel y en los labios del otro. 
 
Cuando el poder vio la amenaza de la palabra convocadora, le puso las etiquetas de violencia, desorden y libertinaje. Fue entonces que el silencio de los estudiantes permitió que la sociedad escuchara de donde venía el verdadero ruido represivo. Las 250 mil personas que caminaron por las calles de la ciudad no dejaban oír más que el sonido de sus pasos, pasos de pies y pasos de conciencia. Algunos días después, el poder mostraría su incapacidad de entender tanto las fronteras de la palabra como la libertad del silencio. El ejército fue mandado a la universidad. Semejante paradoja solamente puede ser resultado del miedo del poder. Se estaban pasando por alto las funciones fundamentales de los elementos del estado: el ejército existe para defender a la nación, los habitantes de un país conforman la nación, por lo tanto el ejército no puede atacar aquello que está encomendado a defender. ¿Qué hacía el ejército en Ciudad Universitaria? ¿Qué hacía el 2 de octubre en Tlatelolco? Los estudiantes no lo sabían, los profesores no lo sabían, los padres de los estudiantes no lo sabían: nadie lo sabía, ni los mismo soldados. Aquella tarde fue catastrófica a la manera de Walter Benjamin: una experiencia terrible que no produce futuro. El mensaje fue claro: si los peces se salían del mar, caerían en un estanque de sangre.

Más de cuarenta años después, el silencio volvió a ser bandera de un movimiento, pero las circunstancias son ahora muy distintas. El silencio de la manifestación del domingo 8 de mayo no quería demostrar nada. Era un silencio de luto como el que hubo en Tlatelolco al amanecer del 2 de octubre. La muerte se sacia con sangre y pólvora, pero ahora no es un banquete de una noche, sino meses y meses de muertes en el norte.

El silencio de luto jamás es absoluto, está callando un dolor insoportable. ¿Del dolor puede nacer algo más que dolor? Los que marcharon por la ciudad ese domingo creen que desde el dolor se puede buscar el bien común. Pero el dolor tiene un algo de personal que no se comparte. Por eso el silencio de luto en compañía, como en la manifestación, se quería convertir en rugido de ira. Del silencio, al murmullo, a la charla, al grito de dos, al grito de veinte, de doscientos, de veinte mil: «¡Fuera Calderón»; luego, haciendo una evolución fonética bajo las leyes del frenesí, la f se tornaba m. En ese reclamo de justicia se esconde también el de violencia, pues ¿cómo se puede impartir justicia sin violentar al ajusticiado? Sin embargo, el reclamo es inevitable. Lo que se vuelve claro es que ni el silencio de luto ni el reclamo son suficientes por sí mismos.

Otros asistentes creyeron más en un silencio unificador, poder incuestionable, que sea entendido como un grito común de exigencia nacional: «¡Alto a la violencia! ¡Alto a la militarización! ¡Alto a la guerra!». La exigencia a la autoridad supone la confianza en ésta. Pero ya se sabe que la autoridad se sostiene en el contrataque violento. ¿Entonces…? No se necesita más dolor, sino eso mismo que se necesitó en 1968 y en toda época revolucionaria: salir del mar, entrar a la conciencia de la historia. Para muchos Ciudad Juárez y el norte mexicano está muy lejos, como si fuera una herida en la punta de la cabeza que sabemos que está ahí, pero no le prestamos atención. No podemos reconocer la herida porque no nos queremos mirar. A diferencia de tiempos pasados, la represión ya no es directamente externa: cada quien es su propio carcelero. Cada uno protege su celda de la de otros: por eso ya no nos vemos, por eso nos matamos. El ataque de uno a uno provoca el ataque de otro a otro. ¡Por eso, en primer lugar, basta con un salto hacia afuera! ¡Para abrazar al mundo con conciencia y luego abrasarlo con acciones! Los peces deben salir del mar para poder conocerlo.

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