domingo, 31 de agosto de 2014

El proyecto de José Martí para los niños de América

En 1889 —desde Nueva York, pero para todos los países de América— José Martí publicó su proyecto de revista para niños, la cual llevaba como nombre, por recomendación de su editor, La Edad de Oro. Esta revista forma parte de la tradición de literatura infantil y, más específicamente, de los proyectos literarios que llevaban el ímpetu de una redefinición de lo que significa escribir para niños, así como del papel de lo literario en la educación y en la formación de ciudadanías. 


Una de las muchas ilustraciones (intervenida con colores) con las que Martí acompañó los textos de la La Edad de Oro
Ésta corresponde al cuento “Nené traviesa”, incluido en el segundo número de la revista.
Para Martí —lo mismo que algunas décadas después para José Vasconcelos— la belleza en el uso de las palabras es un valor de primer orden para que éstas cumplan una función educativa. En los textos de La Edad de Oro —ya sean poemas, cuentos, estudios históricos o incluso los paratextos—, el estilo diáfano e intenso de Martí enseña conocimiento y transmite una postura de lo que ese mismo conocimiento debe hacer en la vida de cada uno de los niños que lean la revista.


José Martí (1853-1895)
Por desgracia, este proyecto educativo (en el fin), literario (en la esencia) y periodístico (en el medio) sólo logró concretarse en cuatro números, los cuales fueron reeditados en forma de libro, a cien años de su publicación original, por Roberto Fernández Retamar.


Portada de La Edad de Oro
Da click en la imagen para descargar la edición de Fernández Retamar.

lunes, 7 de julio de 2014

Antonio Cornejo Polar: ‘Sobre literatura y crítica latinoamericanas’

Para los estudiantes de literatura, en especial, de literatura latinoamericana, leer a Antonio Cornejo Polar es imprescindible. Desgraciadamente, aún en nuestros días es posible graduarse de dicha carrera sin ni siquiera haber conocido el nombre del gran maestro. Sin embargo, basta con leer un par de páginas suyas para contagiarse de entusiasmo por todo lo que la literatura latinoamericana puede ser y decir de sí misma. La crítica literaria, tal como la ejerce Cornejo Polar, es infinita en su rigor porque no se agota en un simple juicio valorativo, sino que muestra que la afirmación de la heterogeneidad como perspectiva de estudio es ya una toma de postura.

Un joven Cornejo Polar (1936-1997).
En el último libro que publicó en vida, Escribir en el aire (1994), Cornejo Polar desarrolla magistralmente sus consideraciones sobre la heterogeneidad en la literatura andina. Algunos años antes, sin embargo, durante el largo tiempo que estuvo trabajando en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, Perú, Cornejo Polar había ya estado ensayando en diversos textos breves la categoría de “heterogeneidad narrativa” como una manera de dar respuesta a la especificidad de la literatura latinoamericana.

Así pues, en 1982, la Universidad Central de Venezuela publicó una compilación que abarca seis años (1975-1981) de producción crítica de Cornejo Polar, bajo el título Sobre literatura y crítica latinoamericanas. Este volumen, que está disponible aquí para su descarga, es sumamente valioso porque permite leer las ideas de Cornejo Polar a partir de su génesis, de sus polémicas con otros postulados, así como de su función como parte de una agenda problemática amplia para la literatura latinoamericana.

Los artículos de esa compilación, tal como explica Cornejo Polar en la introducción
[…] representan el desarrollo de preocupaciones críticas de varia índole que, sin embargo, convergen en un punto central: el que tiene que ver con la urgencia de dar razón de la peculiaridad de la literatura latinoamericana y de su específica inserción en un proceso histórico-social que, por definición es único e irrepetible.
De ahí que resulten imprescindibles para cualquier interesado en la literatura latinoamericana.

miércoles, 25 de junio de 2014

Diálogo ciego entre pensamientos: Arturo A. Roig y Henri Meschonnic

Las palabras que usamos para explicar el mundo nunca son inocentes. De ahí que sea posible dibujar estelas de pensamientos a partir del uso y recurrencia de ciertos términos en diferentes autores. Éste es un ejercicio que puede ser tramposo si se confunde con un simple juego de sinonimia. De lo que se trata, más bien, es de propiciar diálogos de pensamiento mediante coincidencias literarias, aprovechando lo que los autores han dejado escrito para intentar desafiar a las leyes del tiempo y el espacio y ponerlos a charlar.

Aquí están, pues, algunas palabras delatadoras de un par de pensadores cuyo vigor, a pocos años de sus muertes, es inagotable. Valga aclarar, antes de darles paso, que no se trata de descontextualizar sus palabras, sino de aprovechar la fragmentación como método creativo de lectura.

Henri Meschonnic (1932-2009)

Arturo Andrés Roig (1922-2012)
Una de mis coincidencias favoritas es la que hay entre el título que enmarca una entrevista a Roig, “La radical historicidad de todo discurso” (1985), y la última línea de un párrafo de Meschonnic: “El pensamiento en el sentido en que es el poema el que hace al poeta, no el poeta el que hace un poema. En el sentido en que es la obra la que hace la lengua, y no la lengua la que hace la obra; y, una vez más, la Biblia la que hace el hebreo, no el hebreo el que hace la Biblia. Lo que cambia el pensamiento mismo de la lengua, no más genio, naturaleza, sino historia. Radicalmente historia” (2004, p. 51).

También es sobresaliente que Roig llame a uno de sus libros El pensamiento latinoamericano y su aventura (1994), mientras que Meschonnic propone: “Leer poéticamente el pensamiento. Cuando es un poema del pensamiento. Una aventura del pensamiento” (2004, p. 53).

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Las palabras son los moldes del azar.

lunes, 9 de junio de 2014

«Una atmósfera humana inundando las cosas...»

Una de las aportaciones conceptuales más importantes del filósofo e historiador de las ideas Arturo Andrés Roig es la categoría modos de objetivación, la cual enmarca el giro lingüístico (o hablístico) de su reflexión filosófica, al mismo tiempo que ubica la lengua en relación con todas las demás expresiones culturales.

Pero conviene ir por partes. Primero, hay que aclarar el uso de las nociones objetividad y sujetividad, entre las cuales establece Roig una relación dialéctica, ya que son diferentes momentos de un mismo proceso. La objetividad es la realidad pasada por la experiencia de un un sujeto que también es parte de esa realidad y el cual, a su vez, está construyendo su sujetividad a través de esa misma experiencia de reconocimiento y de valoración de sí mismo desde la base común de la objetividad. Como se puede ver, la dialecticidad de los términos regula su relativización. Así pues, Roig no desconoce la existencia de la realidad como facto, pero reconoce la mediación que determina la experiencia humana en el mundo.

Nuestro filósofo ilustra su postulado al decir que “[la objetividad] […] es aquella parcela de lo real —infinito e inabarcable— que logramos meter dentro del círculo de luz de nuestra mirada, más allá del cual están las sombras” (Caminos de la filosofía latinoamericana, 2001, p. 163). Sin embargo, creo que la imagen corporal de la mano puede aportar más elementos para comprender la relación entre la objetividad y la sujetividad, ya que la mano, al igual que el ojo, percibe el mundo, pero, a diferencia de dicho órgano visual, también tiene la capacidad de transformarlo, es decir, se vuelve sujeto de la realidad al mismo tiempo que objeto de la misma: “La mano se hace haciendo y lo que hace la mano hace a la mano” (Josu Landa, “Mano y mundo”, 2011).

De esta manera, nos vamos acercando a la definición de la categoría modos de objetivación, la cual se referiría, siguiendo la imagen de la mano, a las maneras en que un sujeto se hace haciendo y las cuales incluyen desde las actividades más básicas (un golpe, una caricia, arrancar una manzana de la rama...), hasta las más sofisticadas (escribir, pintar, tocar el piano, hacer una cirugía...). Estas actividades se organizan y valoran de diferentes maneras a lo largo de la historia y de las culturas, pero todas se pueden englobar como modos de objetivación; de ahí la riqueza de esta categoría.


Algunas líneas poéticas de Pablo Neruda puede ilustrar los modos de objetivación como las huellas “impuras” de lo humano sobre las cosas del mundo: “Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menuda trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo. La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas desde lo interno y lo externo” (“Sobre una poesía sin pureza”, 1935).


Para terminar, sólo resta decir que el trabajo es uno de los modos de objetivación que más importancia ha tenido en la historia del hombre. De hecho, hay que recordar que la categoría modos de objetivación es análoga a la de Marx de modos de producción; el salto de una a otra está dado por la consideración de que el trabajo enajenante no es la única forma en que los humanos nos podemos realizar en el mundo.

sábado, 7 de junio de 2014

Nuestra América en nuestra Europa

Durante mi primer viaje a Europa, que fue de hecho mi primer viaje fuera de México, en mayo pasado, encontré las casas de tres de los más grandes personajes del siglo XIX latinoamericano. Dos de esos encuentros los busqué intencionadamente; otro, fue casual. Sucedió de la siguiente manera: mi amiga y yo habíamos ido a Zaragoza, España, por sólo un día, con el único propósito de peregrinar a la calle Héroes del Silencio; este acto de fe lo logramos sin más contratiempo que el de encontrarnos inesperadamente, en la calle Manifestación #13, con la casa en la que vivió José Martí, cuando era un joven de apenas 20 años y estudiaba Derecho y Filosofía en la universidad de la mencionada ciudad.

La calle Héroes del Silencio fue bautizada con ese nombre en el año 2010.


El joven poeta compuso algunos versos a Aragón. 

Ahora bien, de las otras dos casas que quedaban por descubrir, una era más bien una incertidumbre. Se trata de la casa en la que debió haber vivido Simón Rodríguez, según lo reportan datos editoriales de una obra suya, en los primeros años del siglo XIX, y la cual se ubicaría en el número 165 de la calle St. Honoré, en el centro de París. Esta dirección se encuentra, de hecho, a espaldas del famoso museo Louvre. Sin embargo, no hay placa ni pista alguna que de cuenta del paso de nuestro extraordinario filósofo por ahí.

Este edificio puede haber sido la casa en la que habitó Simón Rodríguez en París. Actualmente, parece albergar oficinas y está flanqueado por un supermercado y un restaurante.

Dejando abierto el misterio de la casa de Simón Rodríguez en París, llegamos a Londres, donde sabíamos, ahora sí con certeza, que se encontraba una placa conmemorativa en la que alguna vez fue la casa de Andrés Bello y en la que, según cuentan algunos testimonios, el famoso gramático recibió la visita de Rodríguez. Así pues, en Londres, fue fácil dar con el número 58 de Grafton Way, lugar que albergó en 1810 a Andrés Bello y, algunos años antes, a Francisco de Miranda.

Actualmente, este lugar es el Consulado de Venezuela.
Ésa fue la última parada de nuestro recorrido latinoamericanista por algunas ciudades de Europa, con lo que queda demostrado que la peregrinación no es únicamente un acto de fe religiosa, así como que las relaciones del “viejo” con el “nuevo” continente se podrían explorar aún de muchas maneras.

De una musa inglesa

La tristeza es frágil y se rompe
al pasar de mano en mano.
Antes de pasar a las de otros,
se rompe en las mías.
Es mía o de nadie:
«In my hands, they crumbled».

El río Támesis

sábado, 22 de marzo de 2014

La edición es ahora

A finales del año pasado, poco antes de que se cumplieran doscientos cuarenta y cuatro años del nacimiento de Simón Rodríguez, los miembros del grupo de investigación «Inventamos o erramos» —nombre que, por cierto, fue acuñado por esas mismas fechas, retomando una de las más representativas frases del filósofo venezolano— fuimos imaginando la posibilidad de editar e imprimir en facsimilar uno de los textos más importantes, pero quizás también uno de los menos leídos, de Rodríguez: Crítica de las providencias del gobierno. Este hecho, que responde a las deficiencias tecnológicas del momento en el que se hizo la primera compilación de escritos de nuestro autor a mediados del siglo XX, nos permitió dar una dimensión concreta y práctica a la reflexión sobre la importancia de la materialidad de los textos como medio de formación y transmisión de las ideas.

La dificultad —que es casi un tópico— de acceder a los textos de Rodríguez, y de otros tantos autores de nuestra tradición latinoamericana, fue el punto de partida de un entusiasmo que culminó en una edición facsimilar “casera” de Crítica de las providencias…, de la cual imprimimos 1000 ejemplares que están disponibles para cualquier interesado a un modesto precio de recuperación ($20 pesos mexicanos) (contacto: oinventamosoerramos@gmail.com).

La edición facsimilar de Crítica de las providencias... realizada por el grupo de investigación «O inventamos o erramos». México, 2013
 Hay que decir, además, que la edición fue posible en gran parte por el viaje en el que Nelson Chávez, miembro del equipo de investigación, se dio a la tarea de recorrer los caminos de Rodríguez por el sur de América, con el propósito de reunir las fuentes originales de su obra. La búsqueda recorrió archivos y bibliotecas de Chile, Bolivia y Perú. Felizmente, así fue posible contar con un original de Crítica...

Reelaboración del artista plástico Simón Quisbert del retrato que el viajero francés Paul Marcoy realizó a Rodríguez en 1841 en la provincia peruana de Azángaro. México, 2013
Ahora bien, este texto corresponde a los últimos años de producción editorial de Simón Rodríguez, en los cuales, sin que lo venciera el desencanto de las dificultades por darle forma impresa a su proyecto, seguía escribiendo y publicando lo que fuera posible. Así pues, Crítica de las providencias del gobierno es el nombre de seis breves artículos que fueron publicados periódicamente a mediados de 1843, en Lima, Perú. Los tres conceptos enunciados en el título —crítica, providencias, gobierno— van guiando la exposición hasta tocar un tema tan profundo y fundamental como la historia misma de nuestras, en ese entonces, recién establecidas repúblicas americanas: la democracia representativa como forma de gobierno. Por otro lado, Crítica de las providencias... es un ejercicio discursivo y filosófico ejemplar por la rigurosa definición de los términos usados, mediante la cual Rodríguez demuestra que la semántica también es política.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Política y deseo

A lo largo del siglo XIX, las acciones políticas corrieron a la par de quehaceres discursivos muy variados. Entre el proyecto y la acción que guiaban los procesos emancipatorios de los países de la entonces América Española, nacieron discursos que fueron, y aún son, la encarnación de la imaginación responsable de los caudillos insurgentes que quisieron fundar una nación. En México, no podemos olvidar el nombre y la palabra de hombres como Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón. Cada discurso que ellos hacían público —como bando, decreto o como conferencia en un congreso— era al mismo tiempo un acto de gobierno. Los Sentimientos de la Nación de Morelos son muestra clara de esto.

Recordemos algo de la historia literaria de este documento que sentó las bases de la Constitución de Apatzingán... En septiembre de 1813, Morelos suspendió su actividad militar y decidió convocar la Junta de Gobierno, impulsado por la necesidad de unificar los esfuerzos insurgentes que se estaban llevando a cabo en todo el territorio mexicano. Así, el 14 de septiembre de 1814, en la recién nombrada ciudad de Chilpancingo, tuvo lugar la primera sesión de un congreso que tendría como objetivo final la elaboración de una constitución. 

Retrato de Morelos por un niño de preescolar.

Ahora bien, para delinear el perfil ético desde el que Morelos enunció su discurso en el Congreso de Chilpancingo, hay que tener en cuenta al menos dos gestos. Por un lado, la asunción del epíteto “Siervo de la Nación”, en el que se encuentra la postura de un mestizo, hijo de carpintero, integrante del bajo clero y de aparente inferioridad cultural respecto a los criollos. ¿Qué servicio podría ofrecer Morelos, hombre de tan pocas “luces políticas”? Pues ni más ni menos que aquello que es más humilde y propio de cualquier persona: sus sentimientos. El segundo gesto se encuentra en la anécdota de la génesis de escritura de este documento: Morelos pronunciaría en la inauguración del Congreso un discurso previamente elaborado por otro jefe insurgente; sin embargo, pocos días antes de la celebración del Congreso, dejó de lado ese discurso y se dispuso a dictar a Andrés Quintana Roo sus sentimientos. Así, literariamente, los 23 puntos de los Sentimientos de la Nación parecen haber nacido no del espíritu ilustrado de Montesquieu, Rousseau, Locke o Voltaire, sino del entusiasmo intuitivo del “Siervo de la Nación”.

La firma en el manuscrito de los Sentimientos...
Por ello, los Sentimientos de la Nación se mueven en el espacio discursivo de una imaginación responsable propia del espíritu político de los libertadores del siglo XIX, al mismo tiempo que su forma —la génesis del texto, su título, su enunciación— nos invita a leerlos no como proclamas impersonales, “Que la América es libre e independiente de España…”, sino como deseos “[Yo Morelos – Yo Nación] Quiero que la América sea libre e independiente de España”. Ambas —política y deseo— condiciones necesarias en el camino para hacer Patria.

domingo, 20 de octubre de 2013

Movimiento delator

Roland Barthes —en uno de los provocadores ensayos que conforman El placer del texto— decía que el mejor texto es el que nos hace levantar la cabeza, dejar de mirar la página que leemos y mirar alrededor, como  buscando el origen de una llamada que no sabemos de dónde ha venido, pero que hemos escuchado a través de aquello que estamos leyendo. Mediante la hermosa imagen de un ave que escucha sutiles sonidos —imperceptibles para nosotros— que le hacen girar rápida, pero delicadamente, la cabeza, el teórico francés nos hace entender que el texto es una llamada indirecta del mundo hacia nosotros. Hay lecturas que nos provocan ciertos movimientos, ciertos entusiasmos y ciertas pasiones que no debemos —ni podemos— dejar de lado si queremos ser rigurosos en nuestros acercamientos académicos. El rigor radica en ser sinceros con aquello que nos provoca la lectura y en confiar en las respuestas del cuerpo como criterio de acercamiento literario. Después de todo, ese criterio no es pura subjetividad: en esa llamada hay algo del mundo haciéndose presente y objetivo mediante la escritura.


Barthes no es el único que se ha servido del cuerpo como principio de valoración literaria: en América Latina, específicamente en nuestro México de principios de siglo XX, José Vasconcelos —durante un periodo de rica producción intelectual llevada a cabo durante su exilio en Perú tras el triunfo del gobierno carrancista en México— escribió en 1919 un ensayo que sigue siendo frecuentemente evocado hasta nuestros días y que desde su mismo título ofrece una idea bien clara de la postura vitalista que Vasconcelos mantenía respecto a los libros. Se trata del ensayo “Libros que leo sentado y libros que leo de pie”, el cual comienza: “Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo en uso una clasificación que responde a las emociones que me causan al leerlos. Los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie”. A diferencia de Barthes, no es solamente el movimiento de la cabeza el indicador de que algo está aconteciendo en la lectura, sino que es todo el cuerpo, en alguna de sus dos posiciones básicas, el que es provocado por la lectura a moverse. Los libros que se leen de pie, explica Vasconcelos, son los que parecen atraer de la tierra una fuerza que empuja los talones de los lectores. Es decir, la lectura adquiere su fuerza en unas raíces profundas que la preceden.

Siguiendo esta imagen del momento de la lectura dibujada por Vasconcelos, pero también retomando algo de la de Barthes, es como se puede explicar mi propia experiencia en la lectura del primero. Al leer a Vasconcelos hay algo de raíz y algo de ala; hay algo de pasado provocador y de presente convocador en su escritura. Más allá de los prejuicios y juicios que se puedan hacer respecto al contenido de su obra, las respuestas a las que mueve son un síntoma nada despreciable: el lector no se mantiene inerte al leer a Vasconcelos. La forma de esa recepción es en sí contenido. En este sentido es que el cuerpo —con todas sus percepciones y sensaciones— se vuelve criterio reflexivo en nuestras lecturas.

viernes, 5 de julio de 2013

Sobre escritura y publicación

Bueno es, sin duda, que las obras sean completas y perfectas; pero también, por quererles dar toda su extensión, o por empeñarse en perfeccionarlas al extremo, la sociedad se queda sin las cosas, y los autores sin el premio que esperaban por ella.
Simón Rodríguez, Sociedades americanas... [Luces y virtudes sociales], 1834

Es díficil comenzar un texto sobre Simón Rodríguez intentando decir quién fue. A lo mejor es por ello es que la biografía ha sido uno de los géneros favoritos para hablar de este personaje: hay mucho qué decir sobre su vida. Muy poco de ello es convencional y casi todo es extraordinario. Desde su recepción más cercana —aún en el siglo XIX— hasta las últimas décadas del siglo XX, las narraciones de la vida de Rodríguez nos dejan imaginarlo. Sin embargo, también la obra que él mismo escribió nos ayuda a dibujar la imagen de su vida y, específicamente, de una forma de asumir el propio trabajo intelectual.

La cita que abre este breve texto es una de las muchas claves de lectura que Rodríguez nos regala para entender la (literalmente) inédita forma en que su gran proyecto, Sociedades americanas en 1828. Cómo son y cómo podrían ser en los siglos venideros, llega hasta nosotros. Como sabemos, esta publicación se compone de cuatro ¿partes? que se articulan de manera muy particular una con otra. Sin embargo, también sabemos que esta articulación no se basa en la suma de las partes ni en el contraste (a la manera de la ciencia ecdótica) de una con otra en búsqueda de la “versión original” de la obra. ¿Entonces...? A través de la lectura de estas cuatro publicaciones y siguiendo las intuiciones de algunos estudiosos de Rodríguez, que ven en su obra la idea de un proyecto total, a contracorriente de los obstáculos que sus circunstancias le impusieron, he reflexionado y propuesto algunos planteamientos —los cuales no serán desarrollados aquí— sobre la articulación de estas “partes” a partir de la relación dinámica entre las concepciones de fragmento y sistema.

Disculpándome de antemano por la confusión que la afirmación anterior puede provocar, así como por la falta de explicaciones que daré en este momento al respecto de ello, quiero volver la atención al epígrafe antes referido, el cual tiene que ver con lo dicho sobre la articulación de las partes con el proyecto, pero que al mismo tiempo es una muestra clara de la manera en que el acto de la publicación en Rodríguez está fundamentado en una ética y una política del quehacer que responde a la necesidad de la obra en relación con su realidad inmediata: una sociedad.

¿Es esto la arrogancia del escritor que cree que el mundo no puede continuar sin la lectura de sus trabajos...? ¿Es la vanidad y la avaricia por el reconocimiento que la publicación de la obra acarreará a su autor? Como siempre, Rodríguez es capaz de darle un sentido profundamente crítico a enunciados que podrían parecer dogmáticos, mediante el rigor de su propio actuar. Lo que una afirmación como la del epígrafe nos hace preguntarnos tiene que ver con la manera en que un sujeto asume una responsabilidad social mediante la escritura y la publicación (¿socialización?) de sus ideas. Creemos que este gesto no es vanidad, arrogancia o mero egocentrismo intelectual. El caso de Rodríguez y sus Sociedades americanas consiste, en realidad, en toda una propuesta ética y política respecto a los valores e intenciones que fundamentan un quehacer de las ideas, el cual se sale de su dimensión individual para hacerse social mediante su puesta en página y en imprenta.

Actualmente, ¿qué intenciones guían nuestros actos de escritura? ¿A quién le respondemos? ¿Cómo le respondemos a nuestras circunstancias? De hecho, ¿cómo son las circunstancias de nuestra escritura? ¿En nombre de qué buscamos la perfección de la expresión de nuestras ideas? ¿Esa perfección (sea lo que sea que es) da un valor mayor a lo que queremos decir? Al final de cuentas, ¿qué estamos entendiendo por perfección y por completud? ¿Qué valores ponen en juego las políticas que guían nuestra escritura académica...? ¿Cómo toman forma en nuestra escritura las circunstancias...?

Rodríguez siempre nos pregunta mucho a través de la particular manera en la que él le respondió al mundo; respuesta que quedó registrada (al menos parcialmente) en sus cuatro publicaciones de Sociedades americanas. En versiones facsimilares digitalizadas, están disponibles todas las publicaciones:

Sociedades americanas en 1828. Cómo serán y cómo podrían ser en los siglos venideros
Arequipa, 1828.

Sociedades americanas en 1828. Como serán y como podrían ser en los siglos venideros [Luces y virtudes sociales]
Concepción, 1834.

Sociedades americanas en 1828. Como serán y como podrían ser en los siglos venideros [Luces y virtudes sociales]
Valparaíso, 1840.

Sociedades americanas en 1828. Como serán y como podrían ser en los siglos venideros
Lima, 1842.

domingo, 19 de mayo de 2013

«¡Si quisiéramos entenderlo!»


Para que un sistema esté en equilibrio, es menester que se cierre el polígono de las fuerzas y la resultante sea cero. A esto se reduce el arte de la composición literaria. ¡Si quisiéramos entenderlo!
Alfonso Reyes


Como estudiantes de literatura, Alfonso Reyes es uno de esos personajes que vemos mucho, pero leemos poco. Paradójicamente, hay autores —como Reyes— cuya omnipresencia referencial es una barrera para el acercamiento directo a su obra. Los porqués de esa paradoja son varios y quizás alguno tenga que ver con lo que esperamos de un intelectual.

Por otro lado, ¿acaso sentimos que la referencialidad nos salva de la lectura? ¿Ver por acá y por allá la referencia —tanto bibliográfica como en la onomástica de las calles regias y varias defeñas— un gran nombre como el de Reyes tiene la desventaja de la petrificación: el hombre se vuelve nombre nada más. Personalmente, mi entrada a Reyes fue por dos frentes simultáneos: su teoría —desde un buen seminario en la facultad— y su literatura —desde el metro, la biblioteca o la cama—. Estas dos entradas me dejaron entender más claramente la tensión en la que Reyes —al igual que otros intelectuales de la época, como Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos— se movía: por un lado, el afán de hacer de la cultura, mediante la literatura, una empresa educativa y civilizatoria; y, por otro, el de reivindicar los privilegios de los letrados. ¿Cómo llevó a cabo Reyes estos propósitos? Por una parte, mediante una escritura riquísima y provocadora (como en sus cuentos); por otra, mediante un deslinde: el que lleva a cabo en su libro El deslinde. Prolegómenos a una teoría literaria (en la fundación Ignacio Larramendi está disponible la obra completa de Reyes editada por el Fondo de Cultura Económica).



En esta obra —que ha sido muchas veces duramente juzgada— Reyes propone situar legítimamente a la literatura latinoamericana mediante un movimiento radical: el deslinde teórico de la noción de literatura. Se trata de un redescubrimiento de la tradición occidental contemporánea a partir de un deslinde hecho, al menos formalmente, con base en la tradición clásica (el modo expositivo de El deslinde recuerda por momentos a la Poética de Aristóteles). Reyes nos dice que “[…] es mucho menos dañoso descubrir el mediterráneo por cuenta propia […] que no el mantenernos en postura de eternos lectores y repetidores de Europa”; o sea, hay que olvidar un poco para poder recordar mejor.

El esfuerzo teórico y sistemático que toma forma escrita en El deslinde es impresionante. Sin embargo, la comprensión de este libro se complementa al ver lo que resultó de lo que sería su continuación, pues no olvidemos que esta obra se trataba solamente de los “prolegómenos” a una teoría literaria. Reyes continuó sus reflexiones en dieciocho ensayos que se recopilaron bajo el título de Al yunque. La forma de expresión cambió, y con ella la reflexión misma y la manera en que debemos de leerla. La importancia de esto es fundamental para romper el aura de hermetismo que impide un mayor acercamiento a la obra de Alfonso Reyes, pues él, con la inmensidad de su obra, no hace más que invitarnos a la lectura.

viernes, 17 de mayo de 2013

La escritura como punto de partida

Si pensamos que, en América Latina, la literatura “no es meta, sino prefiguración [...] materia para comienzos [...]”, nuestras perspectivas de lectura pueden sufrir un cambio radical. La afirmación citada la hace Silvia Molloy —crítica literaria y escritoria argentina radicada en Estados Unidos, colega de otros grandes como Julio Ramos y Enrique Pupo-Walker— al respecto de la interpretación alegórica que hace de un cuento de Borges. A su vez, este cuento y la alegoría le sirven para hablar de la autobiografía como un género que, en cada una de sus realizaciones particulares, pone en escena una diversidad de textos, sin limitarse solamente a los que tienen forma escrita.

Se trata, al final de cuentas, de la intertextualidad como fundamento de la creación literaria en general, no solamente de la autobiografía. El trabajo con nuestras tradiciones significa poner en escena —en ensayo de ficción, en tejido de narración— las voces que nos preceden y que hemos decidido escuchar. En América Latina, responder a la llamada no es subordinación ni servilismo, es creación. La crítica de nuestra literatura debe mirarla con ojos proféticos, no con ojos cerrados que busquen objetos conclusos. La literatura jamás es conclusión: siempre permanece a la espera de ser el lugar desde el cual alguien saltará en búsqueda de su propia historia.

jueves, 20 de diciembre de 2012

La utopía no tiene párpados

“Lo único que hay de original es la realidad”.
Arturo Andrés Roig

En los brazos de Joaquim Machado de Assis este epígrafe toma cuerpo. A finales del siglo XIX, en Brasil, Machado publicó un cuento que lleva por nombre “Unos brazos” y que relata el fugaz enamoramiento entre un adolescente y una mujer joven. Se trata de un enamoramiento silencioso que se articula mediante pequeños gestos. Los personajes, desde su pura cotidianidad, van interpretando estos gestos como indicios de amor y de deseo correspondido... ¡Pero ni una palabra! Esa falta de comunicación lingüística los lleva a un callejón sin salida, o más bien a una especie de situación espejo, de esas que tanto le gustan a Machado (véase el clásico cuento “El espejo”). Mientras el muchacho duerme y sueña que su enamorada lo besa, ella está despierta frente a él y lo está besando. La realidad soñada está aconteciendo: la utopía nos alcanzó mientras seguimos soñando. 

La realidad estuvo llamando a Ignacio (así se llama el muchacho dormido) todo el tiempo, pero con silencios corporales, sin palabras. Quizás por eso jamás alcanzó en su conciencia el “nivel” necesario para que él pudiera despertar mientras la realidad le estaba besando en la boca. La voluntad de doña Severina fue para Ignacio solamente una maravillosa coincidencia. Y, sin embargo, esa voluntad resultó ser más original (o al menos igual) que el sueño mismo.

Para terminar... una escritura que nos hace ver:

“Los brazos de doña Severina le abrían 
un paréntesis 
en la larga y fastidiosa etapa de la vida que estaba viviendo, 
y esa oración intercalada 
despertaba en él ideas originales y profundas”.

sábado, 9 de junio de 2012

Sobre ética, deliberación y democracia

Silvia Rivera Cusicanqui es profesora universitaria especialista en historia oral andina y una gran referente teórica cultura de la perspectiva poscolonial en América Latina. En estos breves fragmentos (aquí pueden descargar el artículo completo) nos aporta puntos claves para reflexionar sobre nuestra participación en la democracia, en estos tiempos en que tanto esto se anuncia, pero poco se asume de verdad.

En sociedades como la nuestra, en las que hombres y mujeres ven peligrosamente acotado el ámbito de sus decisiones por múltiples mediaciones y por dudosos mecanismos de representación, el potencial de la ética se desvanece si se presenta tan sólo como una fuerza normativa que viene a ocupar los espacios que otros discursos legitimadores han dejado vacantes, la religión o las ideologías, entre ellos. Porque el sujeto de la ética no es un dios omnisciente, ni un sujeto trascendental cuyo atributo distintivo es la razón universal. Tampoco, el indefinido miembro de una supuesta comunidad trascendental de comunicación. El sujeto de la ética es histórico y plural. Somos nosotros, las mujeres y los hombres que, de un modo u otro, nos encontramos sujetados a las prácticas sociales del dispositivo histórico en el que nos toca vivir. Hombres y mujeres que nos vemos implicados en la vida política, económica, profesional o cotidiana y que conformamos nuestras subjetividades en el marco de las reglas establecidas por las instituciones en las que se desarrolla nuestro hacer. Precisamente, es en ese marco que debemos encontrar o crear los espacios que nos permitan ampliar nuestra capacidad de acción comunitaria.

La pregunta acerca de aquello que otorga significado moral a una acción ha encontrado diferentes respuestas a lo largo de la historia. En la línea de esta recuperación de la relación entre ética, deliberación y democracia, me interesa acercar aquí la respuesta que da Victoria Camps a esta pregunta: “El significado ético de una acción viene dado no por la decisión final, sino por la argumentación que pesa los pros y los contras y justifica la elección hecha”. Es evidente que, con estas palabras, la autora se aleja de la deontología clásica, pero también del utilitarismo. Porque no es ya la decisión –tomada de acuerdo con el reconocimiento del deber o de una ponderación de utilidades- el lugar de la ética, sino el proceso deliberativo que examina ventajas, desventajas, considera cursos de acción alternativos y justifica luego la elección realizada remitiéndola a principios, convicciones, consecuencias.

Una ética que prioriza de este modo la deliberación puede parecer una ética sin respuestas. Pero, en todo caso, cabe aclarar, sin respuestas absolutas. Es decir, que se trata de una ética capaz de hacerse cargo del carácter contingente y provisorio de todas las respuestas, y capaz, también, de asumir la necesidad de revisarlas constantemente a través de une examen abierto que incorpore nuevas razones y experiencias. Pienso, sin embargo, que lo que hace a esta posición más interesante todavía es que la prioridad que otorga a los medios sobre los fines -al enfatizar el proceso deliberativo por sobre la decisión alcanzada- no le impide de ningún modo, señalar la miseria del procedimentalismo que, al refugiarse en una serie de mecanismos formales, vacía a la ética de contenido al tiempo que nos acerca una imagen devaluada de democracia que se limita a garantizar libertades formales, pero sin promover su realización efectiva, porque tampoco promueve los valores solidarios que conforman su contenido.

No se trata, pues, de establecer formas tipo de argumentación, o reglamentarlas de acuerdo con procedimientos mecánicos, sino de abrir el juego de una deliberación creativa de valores, fines, objetivos capaces de dar contenido y materialidad a las prácticas democráticas. Pero una pregunta inquietante se insinúa en este punto y es necesario enfrentarla: ¿es posible la participación efectiva?

Porque el reconocimiento de los límites del procedimentalismo no alcanza para superarlo. La conciencia de la necesidad de investir de contenidos valorativos al sistema democrático choca contra imposibilidades concretas. En tanto los objetivos valiosos deben ser el resultado de una producción colectiva, deberíamos fijarlos entre todos a partir de la deliberación y el diálogo. Pero de ningún modo queda claro cómo puede ser esto posible si debido a la dimensión y complejidad de las democracias occidentales la participación cede cada día su lugar a la representación, que aleja a los hombres y a las mujeres de la posibilidad de intervenir en el proceso colectivo de toma de decisiones. Los sentimientos que acompañan a este proceso pueden resumirse en dos palabras: impotencia e incompetencia. Impotencia para lograr el respeto del derecho a la libre participación en asuntos que nos competen directamente porque determinan las condiciones en las que se va a desarrollar nuestra vida, al establecer los alcances y límites de la salud, la procreación, la muerte. Incompetencia para deliberar en torno de cuestiones que se tornan cada vez más técnicas y especializadas.

viernes, 1 de junio de 2012

«No olés a viejo, Europa»

El exilio de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) en Roma puede leerse también como un espacio de reflexión crítica: se desarraiga de su tierra para vivirla desde la distancia al mismo tiempo que se acerca a lo ajeno para pensarlo desde adentro. 

XXV

Europa fue la cuna del capitalismo y al niño ése, en la cuna, lo alimentaron con oro y plata del Perú, de México, Bolivia. Millones de americanos tuvieron que morir para engordar al niño, que creció vigoroso, desarrolló lenguas, artes, ciencias, modos de amar y de vivir, más dimensiones de lo humano.
 
¿Quién dijo que la cultura no tiene olor?
 
Paso por Roma, por París, bellísimas. En vía del Corso y Bulmish huelo de pronto a taíno devorado por perros andaluces, a orejas de ona mutilado, a azteca deshaciéndose en el lago de Tenochtitlán, a inquita roto en Potosí. A querandí, araucano, congo, carabalí, esclavizados, masacrados.
 
No olés a viejo, Europa.
 
Olés a doble humanidad, la que asesina, la que es asesinada.

Pasaron siglos y la belleza de los vencidos pudre tu frente todavía. 
 
14-09-1980
Aquí puedes descargar algunas páginas de Bajo la lluvia ajena (Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2009), el libro que recoge éste y otros textos que Juan Gelman escribió durante su exilio en Roma. La publicación donde aparecieron originalmente fue Exilio (Buenos Aires: Legasa, 1984), un proyecto conjunto de Gelman con Osvaldo Bayer, periodista y escritor argentino.