Una de las aportaciones conceptuales más importantes del filósofo e historiador de las ideas Arturo Andrés Roig es la categoría
modos de objetivación, la cual enmarca el giro lingüístico (o hablístico) de su reflexión filosófica, al mismo tiempo que ubica la lengua en relación con todas las demás expresiones culturales.
Pero conviene ir por partes. Primero, hay que aclarar el uso de las nociones
objetividad y
sujetividad, entre las cuales establece Roig una relación dialéctica, ya que son diferentes momentos de un mismo proceso. La objetividad es la realidad
pasada por la experiencia de un un sujeto que también es parte de esa realidad y el cual, a su vez, está construyendo su sujetividad a través de esa misma experiencia de reconocimiento y de valoración de sí mismo desde la base común de la objetividad. Como se puede ver, la dialecticidad de los términos regula su relativización. Así pues, Roig no desconoce la existencia de la realidad como
facto, pero reconoce la mediación que determina la experiencia humana en el mundo.
Nuestro filósofo ilustra su postulado al decir que “[la objetividad] […] es aquella parcela de lo real —infinito e inabarcable— que logramos meter dentro del círculo de luz de nuestra mirada, más allá del cual están las sombras” (
Caminos de la filosofía latinoamericana, 2001, p. 163). Sin embargo, creo que la imagen corporal de la mano puede aportar más elementos para comprender la relación entre la objetividad y la sujetividad, ya que la mano, al igual que el ojo, percibe el mundo, pero, a diferencia de dicho órgano visual, también tiene la capacidad de transformarlo, es decir, se vuelve sujeto de la realidad al mismo tiempo que objeto de la misma: “La mano se hace haciendo y lo que hace la mano hace a la mano” (
Josu Landa, “Mano y mundo”, 2011).
De esta manera, nos vamos acercando a la definición de la categoría
modos de objetivación, la cual se referiría, siguiendo la imagen de la mano, a las maneras en que
un sujeto se hace haciendo y las cuales incluyen desde las actividades más básicas (un golpe, una caricia, arrancar una manzana de la rama...), hasta las más sofisticadas (escribir, pintar, tocar el piano, hacer una cirugía...). Estas actividades se organizan y valoran de diferentes maneras a lo largo de la historia y de las culturas, pero todas se pueden englobar como modos de objetivación; de ahí la riqueza de esta categoría.
Algunas líneas poéticas de Pablo Neruda puede ilustrar los modos de objetivación como las huellas “impuras” de lo humano sobre las cosas del mundo: “Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menuda trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo. La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas desde lo interno y lo externo” (
“Sobre una poesía sin pureza”, 1935).
Para terminar, sólo resta decir que el trabajo es uno de los modos de objetivación que más importancia ha tenido en la historia del hombre. De hecho, hay que recordar que la categoría
modos de objetivación es análoga a la de Marx de
modos de producción; el salto de una a otra está dado por la consideración de que el trabajo enajenante no es la única forma en que los humanos nos podemos realizar en el mundo.