jueves, 20 de diciembre de 2012

La utopía no tiene párpados

“Lo único que hay de original es la realidad”.
Arturo Andrés Roig

En los brazos de Joaquim Machado de Assis este epígrafe toma cuerpo. A finales del siglo XIX, en Brasil, Machado publicó un cuento que lleva por nombre “Unos brazos” y que relata el fugaz enamoramiento entre un adolescente y una mujer joven. Se trata de un enamoramiento silencioso que se articula mediante pequeños gestos. Los personajes, desde su pura cotidianidad, van interpretando estos gestos como indicios de amor y de deseo correspondido... ¡Pero ni una palabra! Esa falta de comunicación lingüística los lleva a un callejón sin salida, o más bien a una especie de situación espejo, de esas que tanto le gustan a Machado (véase el clásico cuento “El espejo”). Mientras el muchacho duerme y sueña que su enamorada lo besa, ella está despierta frente a él y lo está besando. La realidad soñada está aconteciendo: la utopía nos alcanzó mientras seguimos soñando. 

La realidad estuvo llamando a Ignacio (así se llama el muchacho dormido) todo el tiempo, pero con silencios corporales, sin palabras. Quizás por eso jamás alcanzó en su conciencia el “nivel” necesario para que él pudiera despertar mientras la realidad le estaba besando en la boca. La voluntad de doña Severina fue para Ignacio solamente una maravillosa coincidencia. Y, sin embargo, esa voluntad resultó ser más original (o al menos igual) que el sueño mismo.

Para terminar... una escritura que nos hace ver:

“Los brazos de doña Severina le abrían 
un paréntesis 
en la larga y fastidiosa etapa de la vida que estaba viviendo, 
y esa oración intercalada 
despertaba en él ideas originales y profundas”.

sábado, 9 de junio de 2012

Sobre ética, deliberación y democracia

Silvia Rivera Cusicanqui es profesora universitaria especialista en historia oral andina y una gran referente teórica cultura de la perspectiva poscolonial en América Latina. En estos breves fragmentos (aquí pueden descargar el artículo completo) nos aporta puntos claves para reflexionar sobre nuestra participación en la democracia, en estos tiempos en que tanto esto se anuncia, pero poco se asume de verdad.

En sociedades como la nuestra, en las que hombres y mujeres ven peligrosamente acotado el ámbito de sus decisiones por múltiples mediaciones y por dudosos mecanismos de representación, el potencial de la ética se desvanece si se presenta tan sólo como una fuerza normativa que viene a ocupar los espacios que otros discursos legitimadores han dejado vacantes, la religión o las ideologías, entre ellos. Porque el sujeto de la ética no es un dios omnisciente, ni un sujeto trascendental cuyo atributo distintivo es la razón universal. Tampoco, el indefinido miembro de una supuesta comunidad trascendental de comunicación. El sujeto de la ética es histórico y plural. Somos nosotros, las mujeres y los hombres que, de un modo u otro, nos encontramos sujetados a las prácticas sociales del dispositivo histórico en el que nos toca vivir. Hombres y mujeres que nos vemos implicados en la vida política, económica, profesional o cotidiana y que conformamos nuestras subjetividades en el marco de las reglas establecidas por las instituciones en las que se desarrolla nuestro hacer. Precisamente, es en ese marco que debemos encontrar o crear los espacios que nos permitan ampliar nuestra capacidad de acción comunitaria.

La pregunta acerca de aquello que otorga significado moral a una acción ha encontrado diferentes respuestas a lo largo de la historia. En la línea de esta recuperación de la relación entre ética, deliberación y democracia, me interesa acercar aquí la respuesta que da Victoria Camps a esta pregunta: “El significado ético de una acción viene dado no por la decisión final, sino por la argumentación que pesa los pros y los contras y justifica la elección hecha”. Es evidente que, con estas palabras, la autora se aleja de la deontología clásica, pero también del utilitarismo. Porque no es ya la decisión –tomada de acuerdo con el reconocimiento del deber o de una ponderación de utilidades- el lugar de la ética, sino el proceso deliberativo que examina ventajas, desventajas, considera cursos de acción alternativos y justifica luego la elección realizada remitiéndola a principios, convicciones, consecuencias.

Una ética que prioriza de este modo la deliberación puede parecer una ética sin respuestas. Pero, en todo caso, cabe aclarar, sin respuestas absolutas. Es decir, que se trata de una ética capaz de hacerse cargo del carácter contingente y provisorio de todas las respuestas, y capaz, también, de asumir la necesidad de revisarlas constantemente a través de une examen abierto que incorpore nuevas razones y experiencias. Pienso, sin embargo, que lo que hace a esta posición más interesante todavía es que la prioridad que otorga a los medios sobre los fines -al enfatizar el proceso deliberativo por sobre la decisión alcanzada- no le impide de ningún modo, señalar la miseria del procedimentalismo que, al refugiarse en una serie de mecanismos formales, vacía a la ética de contenido al tiempo que nos acerca una imagen devaluada de democracia que se limita a garantizar libertades formales, pero sin promover su realización efectiva, porque tampoco promueve los valores solidarios que conforman su contenido.

No se trata, pues, de establecer formas tipo de argumentación, o reglamentarlas de acuerdo con procedimientos mecánicos, sino de abrir el juego de una deliberación creativa de valores, fines, objetivos capaces de dar contenido y materialidad a las prácticas democráticas. Pero una pregunta inquietante se insinúa en este punto y es necesario enfrentarla: ¿es posible la participación efectiva?

Porque el reconocimiento de los límites del procedimentalismo no alcanza para superarlo. La conciencia de la necesidad de investir de contenidos valorativos al sistema democrático choca contra imposibilidades concretas. En tanto los objetivos valiosos deben ser el resultado de una producción colectiva, deberíamos fijarlos entre todos a partir de la deliberación y el diálogo. Pero de ningún modo queda claro cómo puede ser esto posible si debido a la dimensión y complejidad de las democracias occidentales la participación cede cada día su lugar a la representación, que aleja a los hombres y a las mujeres de la posibilidad de intervenir en el proceso colectivo de toma de decisiones. Los sentimientos que acompañan a este proceso pueden resumirse en dos palabras: impotencia e incompetencia. Impotencia para lograr el respeto del derecho a la libre participación en asuntos que nos competen directamente porque determinan las condiciones en las que se va a desarrollar nuestra vida, al establecer los alcances y límites de la salud, la procreación, la muerte. Incompetencia para deliberar en torno de cuestiones que se tornan cada vez más técnicas y especializadas.

viernes, 1 de junio de 2012

«No olés a viejo, Europa»

El exilio de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930) en Roma puede leerse también como un espacio de reflexión crítica: se desarraiga de su tierra para vivirla desde la distancia al mismo tiempo que se acerca a lo ajeno para pensarlo desde adentro. 

XXV

Europa fue la cuna del capitalismo y al niño ése, en la cuna, lo alimentaron con oro y plata del Perú, de México, Bolivia. Millones de americanos tuvieron que morir para engordar al niño, que creció vigoroso, desarrolló lenguas, artes, ciencias, modos de amar y de vivir, más dimensiones de lo humano.
 
¿Quién dijo que la cultura no tiene olor?
 
Paso por Roma, por París, bellísimas. En vía del Corso y Bulmish huelo de pronto a taíno devorado por perros andaluces, a orejas de ona mutilado, a azteca deshaciéndose en el lago de Tenochtitlán, a inquita roto en Potosí. A querandí, araucano, congo, carabalí, esclavizados, masacrados.
 
No olés a viejo, Europa.
 
Olés a doble humanidad, la que asesina, la que es asesinada.

Pasaron siglos y la belleza de los vencidos pudre tu frente todavía. 
 
14-09-1980
Aquí puedes descargar algunas páginas de Bajo la lluvia ajena (Barcelona: Libros del Zorro Rojo, 2009), el libro que recoge éste y otros textos que Juan Gelman escribió durante su exilio en Roma. La publicación donde aparecieron originalmente fue Exilio (Buenos Aires: Legasa, 1984), un proyecto conjunto de Gelman con Osvaldo Bayer, periodista y escritor argentino.

lunes, 30 de abril de 2012

Circunstancial

Después de la enésima biografía de un fracaso amoroso, uno tiene que voltear a otros lados, hacia otras formas de hacer amor o al menos hacia otras formas de discurrir sobre el amor. Porque el amor es un discurso: ¡una utopía! En estos días, pese a nuestros alardes de posmodernidad, este discurso sigue vivo en formas sinceramente aburridas. ¡XIX, sálvanos! Porque el amor en el siglo XIX no sólo es suicidio, ensoñación, adulterio, muerte o sensualidad: ¡es libertad! Mejor aún: ¡es libertario! Es plena expresión de la utopía anarquista en América Latina a través de la voluptuosa experiencia de Roberto de las Carreras, un dandy viajero y amador que fue y volvió de París para poner en práctica en Uruguay todo lo aprendido y desaprendido sobre el arte de amar. De las Carreras se construyo a sí mismo como un personaje: hizo de sus creencias sobre el amor libre una verdadera utopía de la libertad para América Latina.
¡La Anarquía sin amor libre no es Anarquía! Hay que pensar en el Amor con más fuerza que en la cuestión económica.
Nuestro anarquista coloca al amor libre como el camino para la liberación y civilización de la humanidad. ¡Muera el matrimonio, la fidelidad y la monogamia! Estas vanas promesas no son más que restos de lo más primitivo en nosotros, de nuestros más cavernarios instintos.
Pero, ¿qué pasó con el escándalo de los conquistadores en América ante la poligamia de algunos grupos indígenas y sus prácticas exóticas y calientes de interacción? Así es la historia: el discurso cambió: ¡libertad de nuestros cuerpos! Aquello que se consideró síntoma de civilización (el matrimonio, la unidad social que es la familia, la fidelidad, la prositución controlada), en pleno siglo XIX resultó ser todo lo contrario.


De las Carreras nos deshace un mito…
La Literatura se unió a la Religión en la obra de idealizar el Sofisma, las cualidades, negativas impuestas a la víctima del hombre, como su laurel irremplazable, como la excelencia de su sexo. Dante y Petrarca representaron con sus amadas incorpóreas la mujer sin sensualidad, el mito de la mujer pura, esa abstracción del espíritu cristiano.
Pero deshacer un mito casi siempre es construir otro. Nuestro anarquista, paradójicamente, no construyó el mito de la mujer sensual y libre, pues ésta existe por sí misma, sino el del hombre capaz de aceptarla. De las Carreras pone sus creencias en modo dialógico mediante su interlocutora, su amante favorita y aquella que lo desafía poniendo en práctica todo lo que él predica sobre liberación de la mujer:

Confiésame, Roberto. Tú me habrías perdonado que yo me hubiera prostituido, pero tu orgullo no me perdonará nunca una elección…

¿Estaba Roberto de las Carreras listo para llevar a cabo la utopía libertaria que nos promete en sus interviews
¿…Y nosotros?

domingo, 1 de enero de 2012

Sobre violencia y economía

Quiero compartirles la traducción que hice de un artículo periodístico que leí hace tiempo por recomendación de un amigo. En mis reflexiones sobre la situación de nuestro país ha sido fundamental, pues da pie para pensar la violencia visible a partir de las estructuras "invisibles" que la sostienen. Pido disculpas anticipadas por los errores de traducción que contenga. Por supuesto está abierta a modificaciones.


Ciudad Juárez es nuestro futuro: es la inevitable guerra del capitalismo vuelto loco
Actualmente, los cárteles de droga en México son pioneros de la economía global en cuanto a su lógica de negocios y su modo de operar.

Por: Ed Vulliamy

La guerra, tal como yo la entendía, era una pelea entre personas con causas que podían ser tanto dementes como honorables: como, por ejemplo, entre los ocupantes estadounidenses y británicos de Iraq y los insurgentes que se les oponían. Luego me topé con la guerra de las drogas de México –la cual ha costado cerca de 40000 vidas, la mayoría de civiles– y todas las reglas cambiaron. Esta es una guerra del siglo XXI, y también otra cosa.

La guerra de México no se puede separar de la vida cotidiana.

«Ciudad Juárez es también un modelo
de la economía capitalista».
En Ciudad Juárez, la ciudad más peligrosa del mundo, los tianguis y los centros comerciales permanecen abiertos; Sarah Brightman recientemente dio un concierto. Cuando yo estuve por allá el mes pasado, la gente había reaparecido a la vida nocturna; esto debido a la imprudencia y al cansancio de años de toque de queda autoimpuesto. Antes había una misteriosa calma en la noche; ahora hay un espeluznante ambiente de normalidad –apuntado por pistola.

Aparentemente los capos del narco tienen una causa: el control de las rutas de contrabando dentro de Estados Unidos. Pero, incluso si ésta fuera la explicación total, el que las drogas sean la causa coloca sin duda a la guerra de México dentro de un pos-ideológico, pos-moral y pos-político mundo nuevo. Las únicas y verdaderas causas son las ganancias por los químicos que “elevan” a América y Europa.

Es interesante que, en una sociedad altamente politizada, no hay un movimiento masivo en contra de los carteles a la manera de “la ley y el orden” de la derecha o “de Mussolini”, ni ninguna izquierda o unión de oposición. El movimiento de base en contra de los guerreros de los carteles pos-políticos, el Movimiento Nacional por la Paz, es lidereado por el poeta Javier Sicilia, quien organizó una marcha de una semana de duración después del asesinato de su hijo en primavera. Esta lucha de un hombre es apoyada por mujeres en los centros de trabajo, en los barrios y en los hogares.

La guerra de las drogas no es solamente entre los carteles del narco.
«Ciudad Juárez se ha convertido
en un estado de anarquía criminal».
Ciudad Juárez se ha convertido en un estado de anarquía criminal –los cárteles, actuando como cualquier corporación, han extendido la violencia a bandas afilidas o no afiliadas con ellos, las cuales compiten por ofertas con los policías corruptosEl ejército juego su propio beligerante papel. “La guerra del cartel” no explica totalmente la historia. Una periodista de Ciudad Juárez, Sandra Rodríguez, me dijo durante una cena el mes pasado: dos niños mataron a sus padres porque, le contaron, “podían”. La cultura de impunidad, me dijo, “va desde niños como esos hasta la cúspide –la ciudad entera es una empresa criminal".

No es coincidencia que Ciudad Juárez sea también un modelo de la economía capitalista. Los reclutas para la guerra de las drogas vienen de la inmensa maquiladora –industrias donde, por salarios ínfimos, los trabajadores hacen los bienes que llenan los estantes de los supermercados estadounidenses o que se convierten en sus autos, importados libres de impuestos. Ahora las corporaciones pueden hacerlo más barato en Asia, casualmente despojando a sus trabajadores mexicanos. De manera que Ciudad Juárez se ha convertido en una rebosante alberca de reclutas para los cárteles y asesinos. Es una ciudad que sigue la religión y la filosofía del libre mercado.

“Es una ciudad basada en mercados y basura” dice Julián Cardona, un fotógrafo quien ha hecho crónica sobre la implosión de violencia. “El asesinato y la adicción a las drogas son actividades económicas, y esta economía está basada en lo que sucede cuando tratas a la gente como basura”. Muy propio, desde luego, de una guerra del siglo XXI. Cardona me contó sobre las muchas veces que le habían pedido su punto de vista sobre la marcha por la paz de Javier Sicilia: “Yo contesté: ‘¿Cómo puedes marchar en contra del mercado?’”.

La guerra de México no sólo pertenece al mundo pos-político y pos-moral, pertenece también al mundo del hiper-materialismo beligerante, en el cual la única ideología que hay –la cual los líderes de la política “legítima”, de los negocios y de la banca predican– es la codicia. Un hombre muy valiente llamado Mario Trevino, quien vive en la ciudad de Reynosa, la cual está bajo el control del cartel del Golfo, nos cuenta acerca de los asesinos y los cárteles: “Son personas repugnantes que hacen lo que hacen porque no pueden ser vistos usando la misma marca de playeras que usaron el año pasado, deben usar otra más cara”. Yo le repliqué que no podía ser así de banal, pero él me rogó no subestimar estas consideraciones. Lo que realmente hace de la guerra de México una guerra diferente, y muy propia de nuestro tiempo, es que todo se trata, al final de cuentas, de nada.

Ciertamente también pertenece a la cacofonía de la era de la comunicación digital. Los asesinos publican con deleite sus atrocidades en YouTube, dominando a un vasto público espectador que se mantiene ocupado en selvas de “sitios-calientes” en internet y de la “narco–blogosfera”. Los periodistas no pueden creer que mientras incluso personas como Osama Bin Laden hablan con los medios –pues sienten que tienen un mensaje que transmitir– los cárteles del narco no tienen ningún interés en hablar. Ellos controlan el mensaje, ellos son democráticos a la manera posmoderna.

La gente pregunta con frecuencia: ¿por qué el salvajismo de la guerra de México? Sin embargo, este adjetivo es infame para tan ingeniosas perversiones como coser la cara de una víctima a una pelota de futbol o colgar de los tobillos cuerpos decapitados en los puentes; y tampoco alcanza para definir sus modos de tortura innovadora, como sumergir a personas en tambos de ácido de manera que sus miembros se evaporen mientras unos doctores mantienen consciente a la víctima.

Tentativamente, pienso que hay una correlación entre la falta de causas de la guerra de México y el salvajismo. La crueldad es causa y consecuencia del nihilismo. La avaricia por la violencia refleja la avaricia por las marcas, y se convierte en sí misma en una marca.

La gente también pregunta: ¿qué puede hacerse? Hay un interminable debate sobre las tácticas militares, sobre la ayuda de Estados Unidos a México, sobre la guerra de las drogas, y sobre si los narcóticos deben ser legalizados. Yo respondo: lo anterior es de importancia tangencial. ¿Qué pueden hacer las autoridades? Simple: Ir Detrás del Dinero. Pero no lo harán.

Los cárteles del narco no son pastiches de corporaciones globales, ni son bastardos de la economía global: son pioneros de ésta. Ellos indican, mediante su lógica de negocios y su modo de operar, cómo la economía legal se las arreglará después. Los cárteles mexicanos personificaban al Tratado de Libre Comercio de Norte América mucho antes de que éste fuera imaginado, y ellos prosperan mejor que éste.

La carnicería de México pertenece a la era del gobierno de los bancos multinacionales –bancos que, de acuerdo con Antonio Maria Costa, el anterior jefe de la Oficina de Drogas y Crimen de las Naciones Unidas, se han mantenido por años a flote lavando el dinero de las ganancias de las drogas y el crimen. Los jefes de los cárteles y los delincuentes no pueden andar viajando en camionetas llenas de dinero. Tienen que guardarlo en el banco –y los políticos podrían regular este río de dinero, así como lo han hecho con acciones contra los fondos del terrorismo. Pero ellos deciden no hacerlo por razones obvias: las magnates del capitalismo y sus colaboradores políticos dependen de este dinero al mismo tiempo que se quejan de los males de las drogas preparadas en el gueto y aspiradas por las narices de los ricos.

La guerra de México es la manera cómo se verá el futuro, pues pertenece no al siglo XIX con sus guerras imperialistas, ni al XX con sus guerras por ideología, raza o religión; sino que pertenece completamente a un presente entregado a la economía global y a un “espíritu de la época” de materialismo frenético, el cual nos negamos a suavizar: es la inevitable guerra del capitalismo vuelto loco. Hace 12 años Cardono y el escritor Charles Bowde escribieron un libro llamado Juárez: El Laboratorio de Nuestro Futuro. Seguramente no se imaginaron cuán premonitorio era ese título. En un libro reciente, Ciudad Asesina, Bowden lo pone de otra manera: “Juárez no es la decadencia del orden social, Juárez es el nuevo orden”.

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