Para que un sistema esté en equilibrio, es menester que se cierre el polígono de las fuerzas y la resultante sea cero. A esto se reduce el arte de la composición literaria. ¡Si quisiéramos entenderlo!
Alfonso Reyes
Alfonso Reyes
Como estudiantes de literatura, Alfonso Reyes es uno de esos personajes que vemos mucho, pero leemos poco. Paradójicamente, hay autores —como Reyes— cuya omnipresencia referencial es una barrera para el acercamiento directo a su obra. Los porqués de esa paradoja son varios y quizás alguno tenga que ver con lo que esperamos de un intelectual.
Por otro lado, ¿acaso sentimos que la referencialidad nos salva de la lectura? ¿Ver por acá y por allá la referencia —tanto bibliográfica como en la onomástica de las calles regias y varias defeñas— un gran nombre como el de Reyes tiene la desventaja de la petrificación: el hombre se vuelve nombre nada más. Personalmente, mi entrada a Reyes fue por dos frentes simultáneos: su teoría —desde un buen seminario en la facultad— y su literatura —desde el metro, la biblioteca o la cama—. Estas dos entradas me dejaron entender más claramente la tensión en la que Reyes —al igual que otros intelectuales de la época, como Pedro Henríquez Ureña y José Vasconcelos— se movía: por un lado, el afán de hacer de la cultura, mediante la literatura, una empresa educativa y civilizatoria; y, por otro, el de reivindicar los privilegios de los letrados. ¿Cómo llevó a cabo Reyes estos propósitos? Por una parte, mediante una escritura riquísima y provocadora (como en sus cuentos); por otra, mediante un deslinde: el que lleva a cabo en su libro El deslinde. Prolegómenos a una teoría literaria (en la fundación Ignacio Larramendi está disponible la obra completa de Reyes editada por el Fondo de Cultura Económica).
En esta obra —que ha sido muchas veces duramente juzgada— Reyes propone situar legítimamente a la literatura latinoamericana mediante un movimiento radical: el deslinde teórico de la noción de literatura. Se trata de un redescubrimiento de la tradición occidental contemporánea a partir de un deslinde hecho, al menos formalmente, con base en la tradición clásica (el modo expositivo de El deslinde recuerda por momentos a la Poética de Aristóteles). Reyes nos dice que “[…] es mucho menos dañoso descubrir el mediterráneo por cuenta propia […] que no el mantenernos en postura de eternos lectores y repetidores de Europa”; o sea, hay que olvidar un poco para poder recordar mejor.
El esfuerzo teórico y sistemático que toma forma escrita en El deslinde es impresionante. Sin embargo, la comprensión de este libro se complementa al ver lo que resultó de lo que sería su continuación, pues no olvidemos que esta obra se trataba solamente de los “prolegómenos” a una teoría literaria. Reyes continuó sus reflexiones en dieciocho ensayos que se recopilaron bajo el título de Al yunque. La forma de expresión cambió, y con ella la reflexión misma y la manera en que debemos de leerla. La importancia de esto es fundamental para romper el aura de hermetismo que impide un mayor acercamiento a la obra de Alfonso Reyes, pues él, con la inmensidad de su obra, no hace más que invitarnos a la lectura.