lunes, 30 de abril de 2012

Circunstancial

Después de la enésima biografía de un fracaso amoroso, uno tiene que voltear a otros lados, hacia otras formas de hacer amor o al menos hacia otras formas de discurrir sobre el amor. Porque el amor es un discurso: ¡una utopía! En estos días, pese a nuestros alardes de posmodernidad, este discurso sigue vivo en formas sinceramente aburridas. ¡XIX, sálvanos! Porque el amor en el siglo XIX no sólo es suicidio, ensoñación, adulterio, muerte o sensualidad: ¡es libertad! Mejor aún: ¡es libertario! Es plena expresión de la utopía anarquista en América Latina a través de la voluptuosa experiencia de Roberto de las Carreras, un dandy viajero y amador que fue y volvió de París para poner en práctica en Uruguay todo lo aprendido y desaprendido sobre el arte de amar. De las Carreras se construyo a sí mismo como un personaje: hizo de sus creencias sobre el amor libre una verdadera utopía de la libertad para América Latina.
¡La Anarquía sin amor libre no es Anarquía! Hay que pensar en el Amor con más fuerza que en la cuestión económica.
Nuestro anarquista coloca al amor libre como el camino para la liberación y civilización de la humanidad. ¡Muera el matrimonio, la fidelidad y la monogamia! Estas vanas promesas no son más que restos de lo más primitivo en nosotros, de nuestros más cavernarios instintos.
Pero, ¿qué pasó con el escándalo de los conquistadores en América ante la poligamia de algunos grupos indígenas y sus prácticas exóticas y calientes de interacción? Así es la historia: el discurso cambió: ¡libertad de nuestros cuerpos! Aquello que se consideró síntoma de civilización (el matrimonio, la unidad social que es la familia, la fidelidad, la prositución controlada), en pleno siglo XIX resultó ser todo lo contrario.


De las Carreras nos deshace un mito…
La Literatura se unió a la Religión en la obra de idealizar el Sofisma, las cualidades, negativas impuestas a la víctima del hombre, como su laurel irremplazable, como la excelencia de su sexo. Dante y Petrarca representaron con sus amadas incorpóreas la mujer sin sensualidad, el mito de la mujer pura, esa abstracción del espíritu cristiano.
Pero deshacer un mito casi siempre es construir otro. Nuestro anarquista, paradójicamente, no construyó el mito de la mujer sensual y libre, pues ésta existe por sí misma, sino el del hombre capaz de aceptarla. De las Carreras pone sus creencias en modo dialógico mediante su interlocutora, su amante favorita y aquella que lo desafía poniendo en práctica todo lo que él predica sobre liberación de la mujer:

Confiésame, Roberto. Tú me habrías perdonado que yo me hubiera prostituido, pero tu orgullo no me perdonará nunca una elección…

¿Estaba Roberto de las Carreras listo para llevar a cabo la utopía libertaria que nos promete en sus interviews
¿…Y nosotros?